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lunes, 24 de febrero de 2014
Camino al infierno
Aquella sesión espiritista había salido terriblemente mal. Las luces se apagaron de pronto, y los que
rodeaban la mesa se desbandaron a los tropiezos por la habitación, pues de alguna parte, llegaba
un sinfín de gritos y lamentos; algunos gritos no eran humanos. Todos sintieron que se encontraban
en un lugar mucho más amplio que la habitación en donde estaban, y en la oscuridad los rozaron cuerpos fofos y peludos, y algunas manos intentaron detenerlos.
Aquel momento de terror sólo duró un instante, las luces volvieron a encenderse, y todos se miraron
horrorizados.
Después de esa noche, los que integraron la sesión comenzaron a morir uno tras otro. Ahora Manuel,
quien había precedido la sesión, la cual fue idea de él, asistía al velorio del penúltimo integrante.
El velorio era en la casa del difunto. En la sala se encontraba el ataúd, y la habitación estaba
iluminada por velas, cuyas llamas se hamacaban inquietas debido a una corriente de aire que se filtraba por la ventana. Fuera bramaba el viento, y estaba de noche, y en la oscuridad los árboles se agitaban en torno a la casa.
Manuel fue hasta el ataúd, el cual estaba abierto. Al mirar el rostro del difunto, lo vio abrir los ojos
y girarlos hacia él. En ese instante la ventana se abrió de par en par, entonces una ráfaga de viento
entró en la casa, apagando las velas con rapidez y volteando cosas a su paso.
Manuel recordó la sesión, volviendo a sentir un hondo terror, y en la oscuridad alguien le susurró al
oído: “Ya vienen por ti”.
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